Para mí, quizás el momento más indescriptible de felicidad fue entrar al Canal y que no había un guardia armado. Porque durante diecisiete años, nosotros entrábamos y los guardias estaban armados, y tú hacías la cola del casino para almorzar y veías que en los bolsillos tenían las pistolas. Pero ya nos habíamos acostumbrado a vivir así. Era parte del paisaje