Inicio / Testimonios / Patricio Fernández

Patricio Fernández

El plebiscito, cuando sucedió yo tenía 18 años, casi 19 años. Había entrado hace…, cursaba primer año de universidad en Derecho, en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile. ¿Primero o segundo año de universidad? me bajó la duda. El asunto es que por entonces, una de las cosas que conversábamos entre los amigos era que nada nos importaba entonces, más que terminar con Pinochet. Perder el año académico, sacrificar clases, etc. era un costo considerado muy menor para nosotros en ese tiempo. Mezclamos la actividad de las clases se combinaba con grupos de estudio de ideologías políticas. Yo participaba en un grupo de la Izquierda Cristiana, Que entonces fue como la manera más automática y literal de vincular esas ansias cristianas, poblacionales y vinculadas con el mundo de la pobreza, con la política. Y de hecho, un día no mucho antes. Entre las muchas actividades que hacíamos, actividades políticas, etc. poco antes del plebiscito yo salí con quien ahora es el presidente del Partido Socialista de Chile, Álvaro Elizalde, con José Tomás Peralta y con Ignacio Iriarte. Todos compañeros entonces de universidad salimos a rayar los muros de la ciudad con consignas por el NO y en una esquina del Parque Bustamante, con Rancagua, nos agarró la CNI. Alcanzamos a correr, nos pescaron. Cada uno corrió para su lado. Álvaro Elizalde alcanzó a escapar, pero yo corrí atravesando el parque, me agarraron y me subieron a un auto y dentro de ese auto iba Peralta e Iriarte. 

Nos llevaron a dar vueltas por Santiago, nos pegaron, nos pusieron pistola en el cogote y nos dejaron tirado en unos sitios eriazos de Recoleta, como con Américo Vespucio, que entonces había como unas grandes canchas de fútbol, unos peladeros y nosotros no sabíamos dónde estábamos. Y terminamos tomándonos la primera micro que pasó que nos llevara a cualquier lado y nos fuimos al centro y del centro al comando del No. Ahí, nos recibieron y nos cuidaron un rato. Nos habían quitado los carnet de identidad para que no pudiéramos votar y nos pusieron abogados y alcanzamos a votar, etc.

 Después, el día para las elecciones mismas, yo participaba en el circuito del recuento paralelo de votos y me tocó ir a, desde ya la hora de almuerzo, después de votar, me fui a una casa que estaba también haciendo recoleta, barrio norte de la ciudad. Y ahí estuve hasta como las 5 de la tarde, cuando nos dijeron que que había que salir corriendo con todas las fichas de contabilidad que habíamos ido recopilando de los distintos centros de votación, desde donde miembros del mismo comando paralelo que estaban distribuidos en todas las mesas, contando los votos de cada mesa, llegaban con sus carpetas, con sus documento a mostrarnos los resultados que nosotros sistematizamos. A esa hora entonces nos fuimos en un auto y por las calles de Santiago, en la zona del Bellas Artes, recuerdo que estaban con tanquetas y buses de militares. Eso le puso un clima bien particular a la jornada, que al final en esa tarde había militares por las calles. Después se supo que había habido, que se barajó la idea de un, de un golpe y de interrumpir el plebiscito. De ahí yo me fui a hacer hora, a donde mi abuelo, que era un tipo más bien de derecha pero muy republicano, estaba con él cuando, a una cierta hora Matthei reconoce el triunfo del no, entrando a la moneda. Eso ya fue tarde y me acuerdo nunca, nunca lo olvidaré, que mi abuelo entonces me dijo, me mandó al clóset de abajo, a su clóset y me dijo saca dos botellas de whisky, ganaste. Yo las recogí y partí a reunirme con mis amigos socialistas, izquierdista y de todo tipo de istas en una casa en la calle Seminario. Sé que ahí comenzó. No, primero, no mentira, eso fue el segundo paso. El primer paso fue juntarnos afuera del comando del No, que estaba en la tarria con la Alameda y ahí se juntó un grupo bastante chico para lo que estaba pasando, porque todavía reinaba mucho el miedo. gritamos, nos abrazamos y al rato llegué a esa casa de mis amigos en Seminario. De ahí empezó una fiesta interminable de la que tengo solo chispazos, pero sin duda, la mejor fiesta de mi vida. Era un estado como de embrujamiento, de dicha absoluta, de felicidad total. Pinochet representaba, vencer a Pinochet representó para mí y para mi generación sacarse de encima un tapón gigantesco, no sólo se llamaba, era los derechos humanos, sino que era también la posibilidad de hacer nuestras propias vidas. De que aparecieran los libros, de que terminara la censura. De que, como me dijo alguna vez mi mamá, que para ella la gran felicidad del triunfo del No había sido, que podía pasar a dormir tranquila porque su hijo adolescente que pasaba la juventud, dígase yo, la hacía vivir con miedo. 

En estos últimos tiempos unos nos detuvieron, muchas veces se armaban por las calles, los conatos de protesta eran parte como de la fiesta de todos los días. Uno iba al centro e iba a pasearse. De hecho los más izquierdistas, los más ultrones iban siempre vestidos de manera bastante formal y nosotros, los amarillentos, íbamos vestidos de hippie, inconscientes de que andábamos poco menos que con uniforme de protestantes. En esos tiempos, el amor, la revolución, el deseo, eran todo una misma cosa. Me costó mucho separarlo. El sentido de comunidad, de causa y de pertenencia hacía que todas las relaciones tomaran una intensidad muy fuerte al interior de esta lucha. Uno, digamos, se daba, se daba besos apasionados, sintiéndose parte de la naturaleza completa y de la humanidad completa. Mientras cantaba y gritaba en contra de Pinochet. Y quizás por eso fue que ese día del No, sin ningún ánimo de deslindar con Paulo Coelho, hubo algo así como una conexión amorosa, muy intensa en toda la comunidad. Sin haber pasado demasiadas cosas, una en lugares en Apoquindo, en el Barrio Alto, se armaron unos conatos, unos tipos de derecha que rompían los autos de los que pasaban festejando, tocando la bocina. Una parienta, una cuñada de mi madre, me vio a mí gritando en una esquina y la llamó escandalizada porque no se podía explicar como ella tenía un hijo del MIR, porque todos los que no eran de derecha, entonces, éramos comunistas en su mejor versión o directamente terrorista en la más natural. Ahora lo que vino después de eso fue un tiempo bien largo. Yo diría que los años 90 fueron como una como una, un eco de la dictadura. A un cierto punto yo no aguanté, ya me tenía muy aburrido esto y me fui a vivir fuera.