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Roberto Brodsky

Te comento mi testimonio sobre el 5 de octubre del 88, los 30 años, por donde empezamos ¿a ver? Creo que lo mejor es dividir y dividir el testimonio en dos partes. Hay una parte que es la cosa más íntima, la cosa más personal y otra parte que es más política. La personal tiene que ver más bien con la situación mía personal, en ese minuto. Yo estaba viviendo con una mujer que es ahora la madre de mi hijo mayor Pascual, y creo que en ese minuto, cuando viene el plebiscito 88 y gana el triunfo el No y cuando se produce, por así decirlo, el estallido general. Decidimos de mutuo acuerdo, creo, casi sin necesidad de conversarlo, que era como el momento de tener hijos, de criar. Quizá de atreverse digamos, cómo vamos a trascender quizás en ese aspecto. No había ya el miedo, o más bien se quitaba el miedo, se quitaba la barrera esa que tenía cada uno de nosotros en ese minuto en Chile, para por decirlo, expandir la familia o crear una familia, cierto. Había una cosa como que el plebiscito y el resultado del plebiscito permitía a cada uno pensar su vida de una manera normal o de una manera más normal de lo que había sido hasta entonces, donde un poco el riesgo era siempre caer preso o ser deportado. No tener la seguridad de que las cosas pudieran, digamos, funcionar bien, de ser reprimido o ser o tener un hijo sin el entorno adecuado. 

Entonces el 5 de octubre funcionó de alguna manera como una forma de empujar, por así decirlo, esa decisión. Por otro lado, desde el punto de vista político, yo trabajaba en la revista Hoy, era periodista, hacía de periodista en la revista Hoy y me tocó cubrir el plebiscito en el edificio Diego Portales. Fue todo una cosa muy muy agitada como jornada. Sabíamos todos que podían pasar muchas cosas, pero creo que también había tranquilidad. Creo que había como una cierta certeza de que aunque hubiese una reacción negativa de parte de Pinochet y la dictadura, no, no había base política suficiente de parte del otro lado para tener una reacción violenta o de cierre prolongado del advenimiento democrático, cierto. Estados Unidos no estaba para nada alineado con el gobierno de Pinochet. Las heridas del 76 desde el asesinato de Letelier seguían allí muy presente. Por lo tanto, no había ese respaldo internacional. Diría yo, toda la situación externa de Chile había cambiado mucho respecto de lo que había sido el 73. En Argentina había hacía años, ya, que se había recuperado la democracia. Lo mismo en Uruguay. Lo mismo creo que en Brasil había sucedido. Entonces estaba el entorno internacional, regional e incluso chileno, era bastante distinto. Yo diría que estaba a la defensiva el gobierno de Pinochet cuando se produce el plebiscito. Había, por supuesto, un peligro de reacción muy latente. Pero a la vez ese peligro nadie lo veía, o al menos yo no lo veía como algo duradero. No creí, no pensaba que pudiese ser un pataleo, digamos que podía ir más allá de una retracción o una inflexión en lo que se podía llamar el proceso de democratización. 

Entonces yo no sentía tampoco que hubiese un gran peligro. Ni sentía la terrible incertidumbre que viví o vivimos mucho cuando se atenta contra Pinochet, el año 86, cierto. El año 86, 87 y viene todo el backlash, toda la reacción, digamos de Pinochet y la furia, digamos, donde fueron por así decirlo perseguidos inmediatamente, como reacción a ese fallido magnicidio, un montón de gente que trabajaba en la política y en el periodismo y en la literatura de una manera abierta pero sin, pero sin responsabilidad, digamos, en lo que había sido el atentado. Pero en ese minuto, en el año 86, cuando se produce, cierto, el atentado, allí sí, efectivamente hubo muchísimo miedo, porque efectivamente murió gente, secuestraron a la gente, la amedrentaron a mucha gente y había una cierta incerteza de lo que 

podía pasar. Entonces el verdadero susto había ocurrido, que había ocurrido dos o tres años antes. Y luego, evidentemente, la solución, la solución electoral del conflicto chileno aparecía como la única posible. Porque ya había fracasado el magnicidio, había fracasado la movilización en las calles, se había desgastado, digamos, la protesta callejera, había una sensación de división también en el campo opositor respecto de la salida violenta. Mucha gente y muchos líderes se dieron cuenta de que no había espacio en y era una especie de locura, digamos cierto, pretender un combate directo, armado, cierto con el Ejército, con las fuerzas armadas chilenas que iban, evidentemente iban a aplastar cualquier reacción de ese tipo. 

Pero a la vez el atentado a Pinochet como que convenció mucha gente, por otro lado, de parte del propio gobierno y de la dictadura, que la dictadura tenía que, por así decirlo, cumplir con sus propios itinerarios. Cierto, y si es que ganaba el No era una responsabilidad de ellos que no pasara a una a una fase violenta directa toda la pelea contra la dictadura. Entonces creo que por un lado, entonces políticamente no había un espacio donde se pudiera hacer una reacción muy violenta, en el 5 de octubre del 88, y por otro lado, el propio, la propia dictadura, sabía que se había que estaba por así amarrada de manos a su propio itinerario. No tenía el apoyo de los norteamericanos, no tenía un buen contexto regional como para actuar violentamente, para reprimir. Y entonces fue casi como un momento, también un momento como clave y muy esperado, cuando desde la propia dictadura los mandos, unos de los mandos, el mando de la Fuerza Aérea, cierto, reconoció el triunfo del NO y se acabó cualquier posibilidad, digamos, de una reacción de autogolpe o algo parecido. Entonces, eso es, esas son dos maneras también de mirarlo, una manera, por así decirlo, personal, y una forma más política, una lectura más política de lo que está ocurriendo. 

Luego también está el tema de que Chile, digamos el tema de la alegría, la consigna de la alegría que ya llega y de la felicidad cierto social, por así decirlo, la reconciliación. Todos sabíamos e inmediatamente mucha gente se dio cuenta de que el triunfo del No era una negociación, era una negociación necesaria, por así decirlo, para salir de la embotamiento y del cuello botella donde se había encontrado el país. Entonces la negociación iba a ser conducida por el liderazgo político que sabía que se había escogido. Pero como negociación era inevitable, ¿cierto? Yo, al menos mi lectura de esa negociación fue que lo que había sido la movilización, por así decirlo, de la gente para generar un conteo alternativo, para hacer una movilización callejera, para poner, por así decirlo, en actividad, lo que era la masividad de la oposición al régimen de Pinochet iba a ser desmovilizado. Porque eso iba a ser rápidamente. Todos, todos supimos que iba a hacer también un medio, un poco la opción del liderazgo político opositor. Y lo importante entonces iba a ser asegurar, asegurar la transición, asegurar el comienzo, una transición que iba a empezar, digamos, con la la iba a empezar con la elección de un candidato, digamos cierto que tenía que representar al conjunto de la oposición al año siguiente, si el año 89. Cierto, porque si el plebiscito lo perdía Pinochet, entonces, habían elecciones al año siguiente y eso fue un poco lo que pasó. 

Eso fue un poco lo que ocurrió. Y fue así como se dibujó el panorama. Yo creo que no, y eso también redundó en que, el 5 de octubre durante los gobiernos sucesivos de la Transición. Fuera, no fue una fecha, por así decirlo, celebrada masivamente en las calles, sino que fue más bien como una ceremonia. Una ceremonia institucional, cierto, 

dirigida por los dirigentes que habían tomado el rol de conductores del proceso de transición, entonces el 5 de octubre se transformó una ceremonia no en un hito, un aniversario, ni nada por el estilo. El efecto de eso fue una desmovilización, cierto, una entrega, diría yo, de ciertas garantías al gobierno que salía y una prolongación de alguna manera, de muchas de las estructuras y de los modos, digamos cierto en que se gobernaba el país. Entonces no, no tenía ese elemento, y no volvió a tener ese elemento de masividad, fiesta y sensación como de libertad, digamos que tuvo en el minuto mismo del día 5 de octubre. Eso rápidamente se transformó en otra cosa. Como te digo, fue un hito, un hito de inicio de la transición o de la Transición, cierto, que rápidamente fue celebrado como una ceremonia. Fue festejado como una ceremonia casi, yo no sé si privada, pero la privatización de la política también fue lo que ocurrió, junto con todo, junto con el inicio de la transición se privatizó la política. Cierto, ya no fue algo masivo, ya no fue algo de las organizaciones sociales, de la prensa, ya no fue algo donde de alguna manera se convirtieran, digamos, fuerza, sino que rápidamente se adquirió, adquirió un carácter mucho más, diría yo, más de puerta cerrada y de negociación interna entre el gobierno que salía, cierto, la dictadura que dejaba de ocupar ese rol, digamos, tan omnipresente. Y una dirigencia que se comprometía, digamos a preservar ciertas cosas y negociaba con la dictadura para echar a andar un proceso de democratización. Me parece que allí está el punto. Pero como te digo, claro, todos sentimos que era como el hecho mismo de que uno pudiera decir bueno, ahora tenemos hijos, digamos, no es una muestra o una señal de cómo se privatizó, cierto, el proceso. Quizás muchos dicen que eso es lo que había que hacer, que eso es lo que esperábamos, que estábamos todos cansados de tanta movilización, de tanta apaleo callejero, de tanta confrontación y que era necesario un momento cierto de distensión y de negociación, digamos, diferida, cierto, y de reclamo diferido en el tiempo. Bueno, eso queda como un común, como un tema de larga discusión que atravesó de hecho, durante más o menos veinticinco años, digamos, yo diría veinte años, a los gobiernos de la transición que se fueron sucediendo en el poder. Hasta un desgaste que es el que hoy día ya es evidente, que ya no existe esa concertación, que es otro el momento que pasamos, dimos vuelta, Chile dio vuelta la página sobre todo ese proceso, y no sé si a los 30 años, cierto, del 5 de octubre haya un recuerdo unificador respecto a eso. Es más bien yo creo que es contradictorio el recuerdo y la memoria que se tiene en ese momento, porque por un lado, si se soltaron las amarras, la gente tomó decisiones personales sin el miedo que existía antes y de alguna manera en la sociedad se abrió, cierto, y se tomaron distintas vías. Pero, pero por otra parte también se cubrieron y se clausuraron ciertos temas y cierto momento de lucha y de por así decirlo, de criterio común para enfrentar a la dictadura y su herencia, por supuesto, porque la herencia estaba vigente. La transición empieza, se inaugura con la premisa para mi falsa y un poco alocada cierto de que Pinochet tenía que ser un factor de estabilidad en esa transición. Pinochet iba a ser un senador designado y si iba a ser comandante primero, iba a seguir al frente del Ejército de la Fuerza Armada con una con una relevancia y una hegemonía tremenda. Entonces, hacer de Pinochet un factor clave de estabilidad de la transición, me parece que fue una calamidad absoluta. Bueno, eso.