Mi nombre es Vivian Schnitzer, soy chilena, viví en Austria, en Viena muchos años, me fui de Chile el año 83 y regresé para el plebiscito como periodista para cubrir el plebiscito. Y los recuerdos que tengo de e día tienen mucho más que ver con lo personal que con lo profesional. La memoria está hecha de sensaciones, verdad? De de, de imágenes. De sonidos, que son inolvidables. Esa noche del plebiscito, esperando los resultados, me fui con otros colegas a la calle Alameda, donde empieza la Plaza Italia. La Plaza Italia es la plaza de que todos los chilenos recordamos la plaza de mi niñez, donde uno veía a las parejas pasear, los maniceros, donde se separaba la ciudad de Santiago, entre el barrio Alto y el centro. Era la Plaza Italia, era donde empezaba la vida real de Santiago, donde habían demostraciones, donde la gente fue apaleada, donde los guanacos tiraban agua a los estudiantes, donde la vida real empezaba. Porque yo antes vivía en el barrio alto y regresé para el plebiscito con una educación política distinta a la que tenía cuando dejé Chile, que era muy precaria, porque educarse en el barrio alto en la época de Pinochet era, por decir lo mínimo, era era prácticamente imposible siendo joven.
Y bueno, y esa noche fue tan impresionante ver lo contagioso que es el sentimiento de alegría cuando se recupera la libertad y la dignidad. Había muchísima gente en la calle, mucha gente joven, gente de todas las edades en realidad, y estábamos, digamos, resguardados y cuidados por Carabineros, por policías. Y fue impresionante, porque la multitud cantaba, saltaba, lloraba de alegría, mientras los resultados del plebiscito iban, iban llegando y era era impresionante ver también cómo esa alegría era contagiosa y la policía también estaba, se alegraba, también estaba conmovida. Y lo más, lo más bonito fue pensar parada en la Alameda, en las últimas palabras de Allende, que dijo “y un día se abrirán las grandes Alamedas por donde pasará el hombre libre.” Y ahí estábamos yo reporteando y tanta gente, tanta gente que estuvo en Chile, que sufrió, que fue oprimida, que estaba, que sentía que podían decir, “decir viva la libertad! Viva la democracia!”, “volveremos a ser quienes éramos, nos vamos a quitar la máscara del miedo, el terror, de la opresión. Y vamos a volver a ser personas. Vamos a volver a ser lo que éramos.” Y al mismo tiempo fue muy impresionante ver cómo el poder absoluto se desmoronaba frente a mis propios ojos. Porque el poder absoluto, cuando está en pleno ejercicio, parece que nunca fuera a terminar. Y parece imposible de derrotar. Y lo que recuerdo es pantallas gigantes que mostraban los resultados y mostraban al mismo tiempo los rostros de los generales y de las esposas de los generales, y como lloraban, como lloraban y como el maquillaje de las señoras de los generales se les iba corriendo en la cara. Y eso para mí fue como un símbolo tan, tan fuerte, digamos, de de, de cómo el poder absoluto se va desmoronando frente a mis propios ojos. Y ver la vulnerabilidad de del del sistema que fue el opresor absoluto. Verlos desmoronados con la alegría del pueblo, con la votación del pueblo, con la voluntad del pueblo, recuperando su dignidad, era un contraste. Era, como se dice, una doble pantalla, muy conmovedora, muy conmovedora.
No sé, fue una noche que cambió mi visión de Chile para siempre y fue una noche, yo diría que, más que en lo político, me afectó en lo personal. Fue una noche de ojos brillantes, de ojos llenos de, de amor. Es como si hubiésemos recuperado la capacidad de la humanidad en un par de horas, con los resultados, con los resultados del plebiscito. Los números, los números hablan, los números hablan, lo dicen todo. Y fue una noche de esperanza en que me di cuenta de que el poder absoluto es cíclico y que puede terminar, y que la libertad puede empezar. Y que los valores de la democracia y de la dignidad humana son mucho más fuertes que la opresión y que la humillación a la que fue sometida la gente. Y que por eso siempre regresan. Siempre existe la posibilidad de que regrese lo mejor de la sociedad civil. Y esa noche fue un regreso de lo mejor de la sociedad civil.
Y verlo en gente joven quienes, quienes no habían tenido la experiencia de la democracia, estamos hablando. El golpe militar fue el año 73. Habían jóvenes ahí en la calle, en la Alameda, que nunca habían experimentado lo que era la democracia y sin embargo ahí estaban y entendían, incluso sin haber tenido esta educación política de ninguna. Solamente la opresión. Eso es lo que conocían. Y ahí estaban, reconociendo inmediatamente lo que significaba la democracia, lo que significaba el derecho a la expresión, lo que significaba el derecho a la reunión. Y todos cantaban y todos tenían los ojos brillantes. Y estábamos recuperando el Chile que habíamos perdido hacía muchos años.
Para mí la noche del plebiscito fue una noche que, que me gustaría transmitir a mis hijos y a mis nietos. Para que nunca pierdan la esperanza, si alguna vez viven en un sistema donde el poder absoluto los oprime, de que siempre es natural en el ser humano, volvemos a la democracia y volvemos a la esperanza y volvemos a recuperar la dignidad. Y esa noche fue una recuperación de la dignidad, de la libertad. Y de la esperanza para un futuro mejor.